Al final todo se refrita. Es un poco la historia del WhatsApp. Hace tal vez veinte años, parece que han pasado miles -bueno, veinte años tampoco son pocos-, las personas usaban el MSN Messenger para chatear. Una aplicación que se descargaba y se instalaba en el ordenador, en ese momento era una cosa fija en general. No existía tanta laptop. Surgieron el Mirc y canales de chat por todos lados.
AOL y otros medios que ofrecían salas de chat y personas que pasaban sus días casi que dentro del ordenador. Luego la locura del Messenger se fue diluyendo y con el tiempo apareció el mensajero de Google, ese que venía integrado en la página de Gmail. Entonces ni había que instalar nada y todo el universo ya tenía una cuenta de Gmail.
Pero de a poco empezó a migrar hacia el teléfono. Y como los mensajitos y aparecieron varias aplicaciones como Viber, WhatsApp, Line. Al menos en el mundo occidental ganó el WhatsApp esa batalla.
Pero como si fuera poco, ya no alcanzó el teléfono y entonces el WhatsApp Web se transformó en el nuevo MSN Messenger. Otra vez a los orígenes. La vida adentro del ordenador. Algo que si no se maneja de manera adecuada puede hasta hacer estallar el cerebro de tanto pip, pip, pip. La vida puede pasar a ser contestar y escribir.
Según una estadística, el usuario medio abre la aplicación entre 23 y 25 veces por día. Por ahora, el éxito de esta aplicación se da en la mayoría de los países de occidente, pero tiene poca penetración en el mercado de Estados Unidos aunque FaceTime ya comenzó a trabajar en una versión para llegar a Android, ante el inminente avance de WhatsApp en el mundo de la mensajería.
De hecho, FaceTime ya permite hacer llamadas sin necesidad de instalar la aplicación, aunque todavía esta funcionalidad es restringida. Es el usuario de FaceTime el que puede generar esta llamada y no al revés.
Como sea, al final no todo lo que estamos viendo no es muy distinto del Messenger de MSN que habíamos visto hace tantos años.